martes, 15 de julio de 2014

Defender lo nuestro

Cuando la satisfacción de las necesidades y deseos de una persona interfiere con los de alguna otra surgen conflictos. Puesto que las necesidades y deseos de cada uno son diferentes, el conflicto es una parte natural de todas las relaciones humanas. Cuando surge un conflicto, se considera que existen tres estilos comunicativos: inhibido, agresivo y asertivo.

El estilo inhibido, también llamado pasivo o inseguro, tiene como objetivo evitar el conflicto. Para ello, las necesidades y deseos de los demás se colocan delante de los propios. El uso habitual de este comportamiento a la larga produce una pérdida de la autoestima, porque es difícil pensar bien de uno mismo cuando se deja a los demás que pasen por alto nuestras necesidades y derechos. Además, genera resentimiento. A veces, se culpa a los demás de la situación y no se asumen responsabilidades, pudiendo incluso llegar a representar el papel de mártir. A menudo, la inseguridad de este estilo, se traduce en un comportamiento agresivo pasivo (por ejemplo, "olvidar" algo para la otra persona, llegar tarde...).

El estilo agresivo tiene como objetivo obtener el control. Se pasan por alto las necesidades, derechos y deseos de los demás, intentando en cambio imponer los propios de una manera hostil. Los demás se sienten atacados, por lo que la consecuencia suele ser el rechazo, que puede generar sentimientos de culpa y abatimiento en la persona que utiliza este enfoque.

Finalmente, el comportamiento asertivo tiene como objetivo resolver conflictos de un modo que resulte satisfactorio para todos. Se defienden los derechos y necesidades propios pero también se tienen en cuenta los derechos y necesidades de los demás.

Hay situaciones ocasionales en que un enfoque agresivo puede resultar adecuado (por ejemplo, cuando existe un peligro inminente para la vida). También hay circunstancias ocasionales en que un enfoque inhibido puede ser aconsejable (por ejemplo, debido a las consecuencias negativas de afirmarse). Pero, en general, un enfoque asertivo suele resultar más efectivo y gratificante porque, aun cuando no se consiga lo que uno quiere, el hecho de haber expresado lo que se siente o desea hace que uno se sienta mejor.

martes, 8 de julio de 2014

La profecía

Una profecía autocumplida es, como su nombre indica, aquella que se cumple por sí misma. La predicción provoca que una o varias personas se comporten como si dicha predicción fuese cierta, de manera que es su propio comportamiento el que determina que la profecía se acabe cumpliendo.

Las predicciones se pueden hacer respecto a uno mismo, respecto a otros o respecto a sucesos; y pueden ser individuales o compartidas, positivas o negativas.

En el terreno de la educación, hay experimentos en que se ha dicho a profesores que determinados alumnos, en realidad elegidos al azar, eran más brillantes, obteniéndose como resultado un aumento en el rendimiento de dichos alumnos. El motivo es que los profesores se han formulado una serie de expectativas y han tratado a los escolares de acuerdo con dichas expectativas, empleando más tiempo y esfuerzo en ellos. Este fenómeno se conoce como "efecto Pigmalión" o "efecto Rosenthal".

En el terreno experimental tenemos el llamado "sesgo de investigación" o "sesgo del experimentador", que consiste en que los científicos que realizan una investigación influyen de manera inconsciente en la misma, de manera que encuentran el resultado que esperaban encontrar.

En la vida cotidiana, una persona que cree poder conseguir algo (por ejemplo, aprobar un examen) actúa conforme a esa creencia (estudia, se esfuerza), con lo cual es muy probable que acabe consiguiendo lo que espera. Por el contrario, si piensa que no tiene probabilidades de conseguir lo que quiere no se esforzará y casi con toda seguridad fracasará.

Así, el optimismo funcionaría como una profecía que se cumple por sí misma. Quienes son optimistas esperan alcanzar lo que desean, por ello perseveran y tienen más probabilidades de obtener mejores resultados en las distintas facetas de la vida (salud, trabajo, amor...), lo cual confirmaría su predicción optimista.

Ya lo dijo el poeta Virgilio: "Pueden porque creen que pueden".

lunes, 23 de junio de 2014

El hombre que creía perder el tren

Hace unos años, en el autobús que me llevaba cada mañana a la estación de tren, coincidí durante una temporada con un señor que todos los días se mostraba exasperado durante todo el trayecto. Refunfuñaba y resoplaba respecto a la lentitud del conductor. ¡Iba a perder el tren! Nunca llegué a saber si alguna vez perdió el tren que pretendía coger (no me interesó lo suficiente el tema como para prestarle atención), pero un día dejé de verle y no pude evitar preguntarme si en un momento de lucidez decidió coger el autobús anterior o bien su salud cedió ante la hipertensión que sin duda debía de producirle su actitud. Si un trayecto rutinario en autobús le producía semejante estrés, ¿cómo podría resistir el resto de la jornada?

Sin llegar a extremos como el que acabo de describir, no se puede negar que casi todos hemos perdido los estribos alguna vez. El problema surge cuando la frecuencia con que lo hacemos es lo suficientemente elevada como para hacer que nuestra vida y la de los que se cruzan con nosotros se convierta en un camino de espinas.

En ocasiones, la irritabilidad es producto de estados de ánimo, como en el caso de la depresión. Otras veces se presenta más bien como un rasgo típico de la persona. En cualquiera de los casos, el malestar que supone hace que sea conveniente plantearnos cómo podemos controlar nuestra ira.

Tendremos que controlar nuestros pensamientos. A veces ocurre que nos fijamos solo en lo negativo, pudiendo, por ejemplo, pensar de otra persona que es un inútil porque se ha equivocado una vez, olvidándonos de todas las ocasiones en que ha actuado correctamente.

Otras veces, magnificamos una inconveniencia como si nos fuese en ello la vida (el caso del señor del autobús podría ser un ejemplo de esto).

En algunas ocasiones, interpretamos la conducta de los demás como intencionalmente negativa y dirigida contra nosotros. Intentar ponernos en el lugar del otro puede ayudarnos a evitar esta tendencia. Siguiendo con el ejemplo anterior, si nos ponemos en el lugar del conductor del autobús probablemente entendamos que si va más despacio que en otros momentos del día se debe a que es hora punta y hay exceso de tráfico, no a que tenga ningún interés particular en sacarnos de quicio.

En la mayoría de los casos en que manifestamos irritabilidad percibimos una injusticia, hay algo que "debería" o "no debería" ocurrir. Por suerte o por desgracia, la justicia es algo relativo, y lo que es justo para unos puede ser injusto para otros. Mantener unas expectativas que no se correspondan con la realidad nos conducirá inexorablemente a la frustración. Habrá que sustituir el "(no) debería" por "me gustaría", sin dejar por ello de defender nuestros deseos, intereses y derechos, llegado el caso. Intentar conseguir lo que queremos es útil, irritarnos no lo es.

En definitiva, una actitud práctica nos puede ayudar a llevar la vida con serenidad: si podemos cambiar lo que no nos gusta lo cambiamos, y si no, nos aguantamos.

martes, 17 de junio de 2014

Mea culpa

Cuando nos sentimos culpables, o bien pensamos que hemos hecho algo que no deberíamos haber hecho, o bien pensamos que hemos dejado de hacer algo que deberíamos haber hecho. Además, vivimos esta transgresión como una traición hacia nosotros mismos: nos hemos comportado mal, somos una mala persona.

Si a partir de nuestro comportamiento nos consideramos inferiores o inútiles, nos sentiremos deprimidos. Si tememos que los demás se enteren porque pensarán mal de nosotros, experimentaremos vergüenza. Si tememos ser castigados por nuestra conducta, entonces nos mostraremos ansiosos.

Lo primero que pensamos cuando nos sentimos culpables es que hemos hecho algo mal. Esto puede que sea cierto o puede que no. Suponiendo que sea cierto, ¿realmente es tan grave? A veces cometemos un pequeño error y nos flagelamos como si el mundo fuese a volar por los aires debido a él.

Ningún ser humano es perfecto, así que no pretendamos ser la excepción. Ya lo dice la sabiduría popular, con expresiones como "El que tiene boca se equivoca" o "El que friega platos rompe platos".

Todo lo anterior no ha de servir como excusa para el cinismo ni para actuar sin consideración ni miramientos de ningún tipo. De lo que se trata es de distinguir una sana sensación de remordimiento de un paralizante y angustioso sentimiento de culpa, más intenso y duradero.

Lo mejor sería un enfoque práctico: si reconocemos que efectivamente hemos cometido un error, lo más efectivo será desarrollar una estrategia para solucionar el problema o para evitar que vuelva a producirse en un futuro. Es necesario un proceso de reconocimiento, aprendizaje y cambio. Para esto no hace falta sentirse culpable.

Me gustaría dedicar unas últimas palabras a alertar sobre el uso que algunas personas hacen del sentimiento de culpa para manipular a los demás. Utilizan frases como "Yo por ti haría lo mismo", "Debemos ayudarnos el uno al otro" o "Pues luego no me vengas a pedir favores a mí" y se muestran heridos en lo más profundo de su ser si no accedemos a sus peticiones. De vital importancia es recordar que no tenemos obligación de complacer a todo el mundo en todo momento.

Reivindiquemos nuestro derecho a no sentirnos culpables.

lunes, 9 de junio de 2014

Frente al espejo

Cuando nos miramos en el espejo no importa lo que tenemos delante sino lo que vemos. Esta valoración que hacemos de nosotros mismos se conoce como "autoestima".

Nuestra autoestima ha de ser realista, positiva e incondicional. Realista, porque no hay que negar nuestras debilidades ni errores, pues son inherentes a la naturaleza humana y solo aceptándolos podremos mejorar. Positiva, porque es mejor dar más peso a lo bueno de nosotros mismos que a lo malo, y no al revés. Incondicional, porque independientemente de que logremos los objetivos que nos propongamos en la vida o no, de que otros nos quieran o no, nuestro valor es el mismo.

Uno de los obstáculos para la autoestima es el excesivo perfeccionismo. Cuando nos vemos en categorías extremas pensamos que nuestro comportamiento solo puede ser magnífico o terrible, no existe nada más. Mantenemos expectativas y exigencias imposibles respecto a nosotros mismos, de manera que si conseguimos solo el 95% de nuestros objetivos y no el 100% nos consideramos un fracaso. Si ése es nuestro caso, habrá que ajustar nuestras expectativas a la realidad.

Puede ocurrir que tengamos una vocecilla excesivamente autocrítica en nuestro cerebro, que nos lleve a magnificar nuestros defectos, generalizar nuestros errores o incluso a colgarnos etiquetas negativas. Por ejemplo, alguien que sale a la calle un día lluvioso puede pensar: "Sabía que llovía y se me ha olvidado el paragüas. Soy idiota, nunca hago nada bien". ¿Por qué olvidamos todas esas veces en que hacemos las cosas bien?

En otras ocasiones quizás tengamos que blandir nuestra espada contra ese dedo acusador que nos lleva a sentirnos culpables sin necesidad. Nos guste o no, lo cierto es que no tenemos el 100% de responsabilidad de lo que ocurre en el mundo. Además, sentimientos negativos como la culpabilidad pueden provocar que nos distraigamos respecto del problema real, como le ocurre al hombre que piensa de sí mismo "Soy un mal padre" porque su hijo no ha logrado rendimientos satisfactorios en sus estudios. En primer lugar, los resultados académicos de su hijo no dependen ni directa ni totalmente de lo que él haga, En segundo lugar, sería más práctico que pensase "¿Qué puedo hacer para ayudarle?" en lugar del pensamiento anterior.

Por otro lado, si nos encontramos en algún momento con que dudamos de nuestras capacidades, no nos quedará más remedio que ponerlas a prueba. Por ejemplo, si alguien piensa "Soy un inútil porque no puedo cocinar" tendrá que empezar reconociendo que no es que no pueda, es que no sabe porque nunca ha aprendido, pero eso no le convierte en un inútil. Habrá que afrontar el verdadedor problema: "¿Cómo aprendo a cocinar?"

Si la actividad que tenemos en mente nos parece muy difícil, podemos dividirla en pequeñas partes, que nos permitan abordar la tarea con mayor comodidad. En el ejemplo anterior, no es necesario empezar intentando cocinar un pavo relleno, sino que sería más fácil comenzar salteando unos espárragos en la sartén, por ejemplo. De la misma manera que un edificio está dividido en pisos con una serie de escalones para llegar a cada uno de ellos, así nosotros tendremos que dividir nuestros objetivos en pequeñas partes que nos permitan avanzar de escalón en escalón y de piso en piso.

Ya lo dijo Antonio Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar".

Al borde del precipicio

Según las cifras que ofrece la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. En nuestro país, según el Instituto Nacional de Estadística, cada día se suicidan ocho personas.

La depresión aumenta de manera alarmante el riesgo de suicidio. El estado de ánimo deprimido es como una marea negra que lo contamina todo: los recuerdos del pasado se llenan de imágenes negativas, el presente se torna insoportable, el futuro se cierne amenazante. Básicamente, suelen ocurrir dos cosas: la persona se concentra solo en las cosas negativas e insiste en que las positivas no cuentan.

Cierto es que hay problemas y desgracias en la vida muy difíciles de afrontar, pero si fuesen realmente un motivo de suicidio, entonces, ¿por qué hay gente que, sufriendo un problema o desgracia parecido no se hunde en la desesperación? Lo importante no es lo que nos ocurre sino cómo lo interpretamos.

En el caso de que el lector de estas líneas esté pensando en suicidarse porque se siente desesperanzado, me gustaría instarle, en primer lugar, a que piense en aquellas personas por las que dejaría de hacer lo que está pensando hacer, quizás por el daño que les causaría (padres, hijos, hermanos, pareja, sobrinos, amigos...). En segundo lugar, le rogaría que pida ayuda a algún familiar, amigo o a su médico. En tercer lugar, le diría que no sienta vergüenza porque pensar en suicidarse no es tan infrecuente como el hecho de que sea tabú hace que parezca. Finalmente, me gustaría dirigirle las siguientes palabras:

"Si lo ves todo negro y te sientes atrapado es porque no te sientes bien. Desconfía de tus ideas porque no estás siendo objetivo ni realista. No tienes ninguna prueba de que no te vayas a sentir mejor ni a pensar de otra manera dentro de un tiempo. La vida depende de multitud de factores, no tienes ni idea de lo que te espera. Date una oportunidad". 

Porque todos nos merecemos una oportunidad.

martes, 3 de junio de 2014

Nervios bajo control

La ansiedad forma parte de la vida y no es posible ni conveniente eliminarla. En general, la ansiedad es activada por una amenaza vaga o poco clara, mientras que el miedo normalmente es activado por una amenaza bien definida. Hablamos de ataque de pánico cuando de manera súbita, sin que exista razón aparente, surge un elevado nivel de ansiedad acompañado de síntomas físicos muy intensos (por ejemplo, dificultad para respirar, taquicardia...).

La relación entre ansiedad y rendimiento se puede representar como una curva en forma de U invertida: el rendimiento se incrementa a medida que aumenta la activación, pero solo hasta cierto punto, a partir del cual empieza a decrecer. Esta relación se conoce como ley de Yerkes-Dodson, y el ejemplo que quizás pueda ilustrarla mejor es el del estudiante que debe enfrentarse a un examen: un poco de activación incrementará su rendimiento, pero si su nerviosismo llega a un punto difícil de manejar es probable que el examen no le salga muy bien a pesar de que lo lleve bien preparado.

El problema con respecto a la ansiedad surge cuando es excesivamente frecuente o intensa, o bien se produce ante situaciones que no suponen un peligro real para la persona.

Si atravesamos por un período de especial ansiedad en nuestra vida podemos empezar prestando atención a los aspectos más obvios: seguir una dieta equilibrada, practicar ejercicio con regularidad, evitar el consumo de alcohol y cafeína, dormir lo suficiente (véase la entrada "Ganas de dormir") y dedicar algo de tiempo cada día a una actividad que nos relaje, como leer o escuchar música.

Si prevemos un período que nos va a suponer un estrés elevado (como la Navidad, para algunas personas), podemos determinar prioridades y reducir la actividad general, así como planear y emprender acciones de antemano (por ejemplo, comprar los regalos con antelación).

Hay pensamientos que provocan una gran ansiedad, siendo uno de ellos el pensamiento de tipo "debería": "Debería llegar a tiempo" o "Tengo que aprobar este examen". Lo cierto es que desear algo produce menos ansiedad que tener el deber de hacerlo, de manera que es preferible sustituir los enunciados anteriores por los siguientes: "Me gustaría llegar a tiempo" o "Estaría genial aprobar este examen".

Hay situaciones que nos ponen especialmente nerviosos porque las hemos dramatizado, es decir, hemos exagerado sus aspectos dramáticos. Pensemos en ellas: ¿Tan importantes son? Comparémoslas con los sucesos que vemos todos los días en las noticias: accidentes de tráfico, enfermedades graves, terremotos, inundaciones... ¿Tan grave es lo que puede ocurrir en estas situaciones que nos ponen nerviosos?

El sentido del humor también puede ayudarnos a desdramatizar una situación. Quizás incluso podamos encontrar en internet algún chiste sobre la situación temida: exámenes, visitas al dentista... A menudo los seres humanos nos ponemos nerviosos ante situaciones parecidas.

Cuando nos encontremos en la situación que nos genera ansiedad, dependiendo de cuál sea quizás podamos utilizar como estrategia la distracción, dirigiendo nuestra atención hacia algo neutro o positivo. Dependiendo de las posibilidades en función de las circunstancias concretas, podemos: hacer cálculos, como contar de tres en tres; observar minuciosamente lo que hay a nuestro alrededor (cómo van vestidos los demás, cómo son los muebles...); escuchar atentamente (ruidos de fondo, conversaciones fortuitas...); cantar o tatarear mentalmente, etcétera.

En conclusión, existen multitud de estrategias que nos pueden ayudar a manejar la ansiedad. Sirvan de ánimo las palabras del explorador noruego Thor Heyerdahl, que navegó por el Pacífico desde Perú hasta la Polinesia en una balsa construida con troncos y plantas:

"Si me hubieran preguntado a los diecisiete años de edad si viajaría en el mar en una balsa, hubiera negado absolutamente esa posibilidad. A esa edad, sufría de fobia al agua".

Bravo.